Hablando de arquitectas, hay que hablar también de sus libros, además
del ya citado de María Novas, Arquitectura y género/una reflexión
teórica, 2014, están, de Marina Waisman, La arquitectura Descentrada,
1995, de Carmen Espegel, Heroínas del Espacio. Mujeres arquitectos en el
Movimiento Moderno, 2007, Louise Noelle cuenta con once libros
publicados, y está Margarita Gutman, historiadora de la ciudad de Buenos
Aires, y otras varias importantes mujeres historiadoras. Y en Chile hay
el blog ‘La otra mirada’ y existe el ‘Círculo de arquitectas de
Panamá’.
En Colombia, además de los ya mencionados de Silvia Arango y Mónica
Sánchez Bernal, está el de Beatriz García, con doctorado y numerosos
artículos, Región y lugar: Arquitectura Latinoamericana Contemporánea,
2003, de Susana Jiménez, La arquitectura de Cali /Valoración histórica,
2009, o el de Giovanna Ricci, Conversaciones, Arquitectura, Armonía,
2016. Y habría que destacar a Martha Thorne, Secretaria Ejecutiva del
Premio Pritzker, quien pese a que no es arquitecta lo disimula
perfectamente, como dice José Ramón Moreno García (correo al autor),
admirador de Mimar Sinan ibn Adülmennan, pero pese a que mimar es
arquitecto en turco y mimari arquitectura no arquitectas, Moreno García
también recuerda muchas iberoamericanas:
En México, Frida Escobedo, Tatiana Bilbao (nieta de un arquitecto
republicano español exiliado) y Fernanda Canales. En Brasil, Carla
Juaçaba, la paisajista Rosa Grena, y Ruth Verde. En Perú, además de Ruth
Alvarado y Sandra Barclay, ya mencionadas en Arquitectas V, Alexia León
y Claudia Uccelli. En Cuba, vinculadas al urbanismo y al patrimonio,
Gina Rey, Teresa Padrón o Isabel Rigol. En Chile, Cecilia Puga, Cazú
Zegers o Sonia Tschorne que fue Ministra de Vivienda con Ricardo Lagos, o
Joan Mac Donald la mayor experta latinoamericana en tugurios y
Viceministra con Alberto Etchegaray. En Ecuador, María Augusta Hermida y
Dora Arízaga, gestora del Centro Histórico hace años. En Honduras,
Ángela Stassano que pasó de Premio Nacional de Arquitectura a misionera
de la sostenibilidad.
Y en Portugal hay un montón de magníficas arquitectas, entre ellas
Inés Lobo y Paula Santos, recuerda Moreno García. En Iberoamérica hay
que agregar, por ahora, a Patricia Losa, Maya Ballén, Mariana Leguía,
Michelle Llona, Claudia Amico, Marta Morelli, Elizabeth Añaños,
reseñadas en 10 Arquitectas Peruanas: El rol de las arquitectas en el
Perú, 17/08/2016. En Venezuela están Anabelle Selldorf, Odile Decq,
Farshid Mousavi, Marianne McKenna o Kathryn Gustafson. En Argentina,
además de Marina Waisman, Carmen Córdova, Itala Fulvia Villa, Delfina
Gálvez, Odilia Suárez y Martha Levisman. En Uruguay Julia Guarino,
graduada en 1923, y la primera en Sur América. En Bolivia Anita del
Cisne Delgado y su artículo La mujer y la arquitectura, 15/03/2011.
En Colombia hay muchas dedicadas a la enseñanza, en donde han
desempeñado desde jefaturas de departamento, dirección de programas o
escuelas, decanaturas o vicerrectorías, o liderado importantes
investigaciones. Es evidente que el campo de la construcción está
dominado por los hombres mientras en áreas de investigación y análisis
priman las mujeres (Nicolás Valencia, Arch Daily 22/10/2014). Y al
respecto pregunta Anatxu Zabalbeascoa: “¿Merecen las mujeres arquitectas
un premio aparte? ¿Es necesario segregar la profesión por géneros como
en las competiciones deportivas?” (Mujeres arquitectas 2, El País,
Madrid 12/03/ 2014).
Columna publicada en el diario El País. 22.09.2016
07.09.2016 Arquitectas V
¿Dónde están las arquitectas cuando se divulga un concurso o un
premio? pregunta Willy Drews, ex Decano en la Universidad de los Andes y
reconocido arquitecto, aclarando que “la arquitectura no es el único
campo donde la poca presencia del sexo femenino en los podios se ha
hecho frecuente a lo largo de la historia. De 450 premios Nobel
adjudicados entre 1901 y 2006, solo 12 fueron recibidos por mano de
mujer. Igualmente escasa ha sido la presencia de la mujer en la elite de
las artes.” (Arcadia, Bogotá, 09/2012).
Además, como indica José Ortega y Gasset: “La arquitectura no es, no puede y no debe ser un arte exclusivamente personal. Es un arte colectivo. El verdadero arquitecto es el pueblo entero. Es él quien proporciona los medios para la construcción, quien indica su objetivo y quien la hace unitaria. / Los edificios son una inmensa expresiónsocial. El pueblo entero se dice en ellos”. (Obras completas, Tomo X (1949–1955)).
Más, como dice Drews, “desde tiempos inmemoriales se condenó a la mujer a dedicarse a las cuatro ‘C’: casa, catre, cocina y crianza”, y una manera de garantizar su sumisión fue negarle la educación. Pero ahora, que ya tiene acceso a la misma, esta es deficiente, pues como dice con razón Noam Chomsky “el aprendizaje verdadero […] tiene que ver con descubrir la verdad”, lo que lleva a un pensamiento crítico e independiente (La (des)educación, 2000, p. 29).
Qué importante que los que diseñan (la mayoría de los graduados en Colombia no lo hacen), casi todos hombres pese a que hoy en las escuelas de arquitectura del país más de la mitad son mujeres, supieran cómo ellas perciben el espacio urbano y arquitectónico, pues lo ven desde ángulos diferentes, ya que son generalmente más bajas, y comportan diferencias en su percepción espacial y sensibilidad a los colores (ver Arquitectas I; 14/07/2016).
Y está el libro de Mónica Sánchez Bernal, Vivienda y mujeres: herencias, autonomías, ambientes y alternativas espaciales, 2012, y el artículo de Ana María Pinzón, ¿Iguales o diferentes?: Breve balance de la situación de las mujeres en arquitectura, A57, 28/03/2011, pero poco se consideran sus evidentes desigualdades ergonómicas y proxémicas, en tanto usuarios de edificios y ciudades comunes. Una población además dividida por la geografía, en África, Europa, Asia Oriental, las Américas y Australia (Nicholas Wade, Una herencia incómoda, 2014, p. 103), donde climas, relieves, paisajes, tradiciones y usos presentan diferencias.
O será que algún aprendiz “mudo” y ocultando sus finas manos, como en El arquitecto del universo, 2014, de Elif Shafak, diseñó algunos de los numerosos edificios de Sinan, arquitecto principal de Süleyman I, el Magnífico, que por supuesto contó con muchos colaboradores y es factible que algunos fueran mujeres. ¿Acaso su esposa principal, Hürrem Sultan (Roxelana) muy célebre en las cortes europeas de la época por su influencia en el gobierno otomano?
Además de proyectistas como Ruth Alvarado y Sandra Barclay, en Perú, o que se dedican al paisajismo como Diana Wiesner o a la arquitectura de interiores como Marta Gallo, cada vez más las arquitectas se dedican a enseñar, como tantas en los programas de arquitectura de las universidades en Colombia, o como Ángela Siqueiros y Esther Enríquez en México, o Silvia de Schiller en Argentina, que también han enseñado aquí. O a estudiar como Melanie Jaraj Gheiman, con doctorado en Francia, son tantas que ameritan otra columna.
Columna publicada en el diario El País. 07.09.2016
Además, como indica José Ortega y Gasset: “La arquitectura no es, no puede y no debe ser un arte exclusivamente personal. Es un arte colectivo. El verdadero arquitecto es el pueblo entero. Es él quien proporciona los medios para la construcción, quien indica su objetivo y quien la hace unitaria. / Los edificios son una inmensa expresiónsocial. El pueblo entero se dice en ellos”. (Obras completas, Tomo X (1949–1955)).
Más, como dice Drews, “desde tiempos inmemoriales se condenó a la mujer a dedicarse a las cuatro ‘C’: casa, catre, cocina y crianza”, y una manera de garantizar su sumisión fue negarle la educación. Pero ahora, que ya tiene acceso a la misma, esta es deficiente, pues como dice con razón Noam Chomsky “el aprendizaje verdadero […] tiene que ver con descubrir la verdad”, lo que lleva a un pensamiento crítico e independiente (La (des)educación, 2000, p. 29).
Qué importante que los que diseñan (la mayoría de los graduados en Colombia no lo hacen), casi todos hombres pese a que hoy en las escuelas de arquitectura del país más de la mitad son mujeres, supieran cómo ellas perciben el espacio urbano y arquitectónico, pues lo ven desde ángulos diferentes, ya que son generalmente más bajas, y comportan diferencias en su percepción espacial y sensibilidad a los colores (ver Arquitectas I; 14/07/2016).
Y está el libro de Mónica Sánchez Bernal, Vivienda y mujeres: herencias, autonomías, ambientes y alternativas espaciales, 2012, y el artículo de Ana María Pinzón, ¿Iguales o diferentes?: Breve balance de la situación de las mujeres en arquitectura, A57, 28/03/2011, pero poco se consideran sus evidentes desigualdades ergonómicas y proxémicas, en tanto usuarios de edificios y ciudades comunes. Una población además dividida por la geografía, en África, Europa, Asia Oriental, las Américas y Australia (Nicholas Wade, Una herencia incómoda, 2014, p. 103), donde climas, relieves, paisajes, tradiciones y usos presentan diferencias.
O será que algún aprendiz “mudo” y ocultando sus finas manos, como en El arquitecto del universo, 2014, de Elif Shafak, diseñó algunos de los numerosos edificios de Sinan, arquitecto principal de Süleyman I, el Magnífico, que por supuesto contó con muchos colaboradores y es factible que algunos fueran mujeres. ¿Acaso su esposa principal, Hürrem Sultan (Roxelana) muy célebre en las cortes europeas de la época por su influencia en el gobierno otomano?
Además de proyectistas como Ruth Alvarado y Sandra Barclay, en Perú, o que se dedican al paisajismo como Diana Wiesner o a la arquitectura de interiores como Marta Gallo, cada vez más las arquitectas se dedican a enseñar, como tantas en los programas de arquitectura de las universidades en Colombia, o como Ángela Siqueiros y Esther Enríquez en México, o Silvia de Schiller en Argentina, que también han enseñado aquí. O a estudiar como Melanie Jaraj Gheiman, con doctorado en Francia, son tantas que ameritan otra columna.
Columna publicada en el diario El País. 07.09.2016
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