01.05.2011 El legado de Salmona

Para Rogelio Salmona la arquitectura y el espacio urbano siempre fueron del todo inseparables, y coincidía con Aristóteles, que ya en el siglo IV a.C. pensaba que las ciudades son sus ciudadanos. Desde sus primeros edificios busca hacer ciudades para la gente, y en sus grandes proyectos residenciales proponía espacios urbanos y no apenas construcciones aisladas en medio de una anónima zona verde. Eran verdaderos barrios que repetían la milenaria relación entre espacios abiertos y cerrados. En lugar de vías pensadas para los carros tenían calles para la gente, y conformaban manzanas cerradas pero con sus patios interiores a la vista de los peatones. Y en cambio de la reiteración insulsa de los volúmenes propios de la vulgarización del urbanismo moderno, los suyos están jerarquizados como siempre lo fueron desde que las ciudades occidentales se conformaron hace cerca de diez milenios en Mesopotamia.

Fue su preocupación constante pues para él destruir la ciudad es destruir la civilización, como lo fue tambien que el hacer arquitectura en Colombia implica buscar la confluencia entre geografía e historia, procurando “la poética del lugar” pues su idea de ciudad tambien era disponer atarjeas y recuperar cauces de agua, tanto como que los espacios urbanos fueran públicos. Propósitos que logra en sus cinco grandes síntesis a lo largo de medio siglo (G. Téllez, Rogelio Salmona, 1991), en las que estos espacios no rodean sus edificios sino que son abrazados por ellos, y ayudando a la recuperación de nuestros casi desaparecidos centros históricos al repetir sus manzanas de grandes patios, que llama “plazas” pues recuerdan las que hay enfrente de las iglesias coloniales, pero en diagonal y con rampas y terrazas que los integran a su entorno (A. Saldarriaga, El conquistador de espacios, 2002 ).

Como lo dijo en diversas oportunidades, las ciudades colombianas se han construido y destruido varias veces en un tiempo demasiado corto. Antes sus espacios privados, los patios, estaban diferenciados de los públicos, las calles, como lo había vuelto a experimentar en su viaje por el sur de España y norte de África, y de ahí que sus edificios se agreguen a ciudades ya construidas siguiendo una modo de ocupar el territorio, que persiste aunque a veces no responda aparentemente a las necesidades actuales. Y siempre entendió que los edificios con frecuencia deben ceder su protagonismo a construcciones y espacios preexistentes, pues no existen solos y deben continuar las tradiciones de los lugares en los que están, y que su belleza debe estar determinada por su contexto urbano inmediato, inevitablemente en evolución, y por el paisaje natural que los rodea, incluso a veces muy cerca.

En sus proyectos, con la entendible excepción de las casas, es una constante que los primeros pisos sean la continuación de calles, plazas y parques, que es en donde se vuelven ciudadanos los habitantes de las ciudades, y de allí su lucha contra su creciente privatización en las nuestras. En todos insiste en la permanencia de lo urbano pero invariablemente ennoblece con sus edificios las ciudades en donde interviene, poniendo la mejor arquitectura del país al servicio de sus ciudadanos comunes para que habiten con dignidad, poesía y placer. Esto convierte su práctica en una ética de la arquitectura, crucial en nuestra incipiente sociedad urbana y urgente en nuestras maltrechas ciudades. Su obra responde a la geografía e historia del país y es inconfundible en la medida en que conforma ciudad, abriendo un nuevo camino a la arquitectura colombiana (S. Arango, La evolución del pensamiento arquitectónico en Colombia 1934-1984, 1992).

Sus edificios ya forman parte de nuestro panorama urbano e incluso evidencian el bello perfil de montañas de nuestras ciudades andinas (M. Waisman Introducción a Rogelio Salmona de Téllez, 1991). Son un definitivo hecho ciudadano por su rotunda implantación en un contexto preexistente, y sus espacios abiertos y públicos hacen que la ciudad toda pase por ellos (C. Niño Geometría sensible, 2002), generando la renovación de los sectores en donde están emplazados. Sumándose a los lugares mas emblemáticos del país, creó secuencias de espacios públicos entre las instituciones y la ciudad (W. Curtis, en Babelia, El País, Madrid, 01/11/ 2003), formando manzanas que siguen los trazados coloniales, logrando espacios memorables (R. Castro, Salmona, 1998), y descubriendo ciudades, cerros y cielos, mediante estanques y parques que se entrelazan con sus edificios, y se curvan, bajan y suben deparando sorpresas. Arquitectura, paisaje urbano y natural, clima y tradiciones interactúan seductoramente.

Los recintos al aire libre y los cerrados se complementan, sin que primen los volúmenes, y son muy sugestivos los paramentos que propone para continuar los muros con pocas ventanas de las viejas casas de nuestros centros históricos, mediante galerías de grandes y repetidos vanos que permiten que la calle penetre en sus grandes patios, y que sus edificios terminen en las fachadas al otro lado y se extiendan por los viejos barrios. Es el uso ejemplar del pasado en el presente (S. Trujillo, Encuentros y desencuentros, 2004). Los recursos de la gran arquitectura de siempre, presentes en Salmona desde su inicio, son pensados para cada lugar buscando la evolución de su arquitectura para no repetirse ni ser arbitrario, que es para lo que le sirve la historia (H-W. Kruft Historia de la teoría de la arquitectura, 1990). Aunque tenía el convencimiento de que a la esencia de la arquitectura se llega tarde, había encontrando muy joven la posibilidad transformar la vida mediante el oficio más útil y más humano de las artes: la arquitectura.

Como dijo al recibir la Medalla Alvar Aalto, otorgada solo en nueve oportunidades a grandes figuras, las ciudades están en constante transformación, mas en un país pobre pero con una hermosa y diversa geografía la arquitectura tiene que encontrar soluciones para cada una de sus regiones y ser capaz de establecer una simbiosis entre necesidades existenciales, culturales, geográficas e históricas. Pensaba que no tenemos derecho a dilapidar esfuerzos ni ideas en obras fugaces, a destruir paisajes hermosos, ni deteriorar ciudades frágiles que no han tenido el tiempo de consolidarse y menos de singularizarse. Que la presión del mundo industrializado debe ser matizada y transformada para nuestro bien. Que en ese sentido nuestros problemas son tan grandes como nuestras responsabilidades, y de ahí que la ética profesional que propone debe ser absoluta.

Salmona nos ha dejado la obligación de hacer una arquitectura embebida de esperanzas y posibilidades, que se resista a ser instrumento del cinismo, la especulación y la “feúra”. Su legado es que tratemos de que la arquitectura y la ciudad estén al servicio de la comunidad con obras llenas de emoción y diversidad. Por eso debemos partir de que hoy la arquitectura además de un acto cultural y estético, es un acto político, y que toda acción transformadora de la espacialidad en función del bienestar, la participación ciudadana y la apropiación de propuestas para el encuentro y la acción -ya sea esta de protesta o de apoyo a las ideas democráticas- es necesaria e indispensable, y la arquitectura no puede ni debe estar ausente de ese escenario. Es ella, al fin y al cabo, la transformadora del espacio público y la que con más vehemencia debe hacerle resistencia al abuso y al desaforado interés de la especulación urbana.

Artículo publicado en la revista Gaceta del diario El País de Cali. 01.05.2011