07.10.2010 El parque

Con lo poco que mostraron en Semana (Edición 1471) pero conociendo lo que suele hacer el arquitecto Giancarlo Mazzanti, deberíamos estar preocupados por el Parque del Bicentenario en Bogotá, sobre todo por la forma en que influirá en ciudades como Cali, tan dadas a copiar ciegamente los (malos) pasos de la capital. Además de que debería ser un importante concurso, sin duda perjudicará varias de las mas importantes obras de Rogelio Salmona, como lo son las Torres del Parque, Monumento Nacional, y  el Museo de arte moderno de Bogotá, MamBo, y nada tiene que ver con el diseño del Parque de la Independencia y de las escalinatas de la calle 25 que él realizo, y no apenas asesoró, como dice equivocadamente el articulo de Semana. Y por supuesto afectará también la Biblioteca Nacional y la Plaza de toros de Santamaría.
            
Es lamentable que la arquitectura espectáculo de los países desarrollados, cada vez mas revaluada allá, sea burdamente copiada aquí, para cualquier cosa, por muchos de nuestros noveles arquitectos para hacer “cajas” vanamente de moda con “pieles” de vidrio, aluminio y madera de mentiras. “Novedad” que es la favorita de una subcultura ignorante y arribista que nos ha dejado el narcotráfico, que tanto y tan mal ha influido en el gusto y la arquitectura y por ende en las ciudades colombianas. Así lo reconoce Mazzanti, por ejemplo, cuando afirma sin rubor alguno que “lo que hacemos es construir modelos como los que se producen en Europa o Estados Unidos” (A. Abultaif, Revista Credencial, 283, de 2010), copias que se pueden constatar en Esferapublica por Internet (Debate a la arquitectura actual en Colombia).
            
Arquitectura que calcan tal cual ignorando que la forma de nuestros  edificios debería volver a surgir de nuestros climas, paisajes y preexistencias urbanas, y no de las revistas que nos llegan, pues hasta Europa o Estados Unidos no todos van a comprobar su acierto en la realidad de cada ciudad, y después de unos cuantos años de uso, o si van miran pero no ven. Para peor de males la arquitectura pertinente a nuestras circunstancias y determinantes geográficos e históricos raramente es reconocida en su verdadero valor prefiriéndose como alternativa la tontamente folklórica. Al fin y al cabo este es un país de extremos que pasó de la mula al avión pero acabó con sus trenes, que ya eran hace años los ahora tan cacareados trenes de cercanías, aun en veremos hasta quien sabe cuando.

            
En el caso de Cali, la arquitectura de las casas de hacienda, esencia de lo vallecaucano, debería ser el paradigma de la que deberíamos hacer hoy, pues siendo españolas tienen raíces prehispánicas y afrontan con éxito nuestro clima y paisaje tropicales. Pero lo que suelen ver aquí clientes y arquitectos son las revistas de decoración, que no de arquitectura, y los artículos trasnochados de Semana sobre su penúltima moda. No nos demoraremos en copiar  las ”olas” copiadas por Mazzanti de las que hizo en Medellín, copiadas a su vez de las de la Ciudad de la Cultura, en Santiago de Compostela, del arquitecto norteamericano Peter Eisenman, cuyo relieve de 10.000 metros cuadrados copia la topografía del monte Goiás, cercano a la ciudad, sobre el cual está asentado. Ya se ven atisbos en algunas de las megaobras.

Columna publicada en el diario El País de Cali 07.10.2010 

05.08.2010 El cliente

Como lo dijo el gran arquitecto norteamericano del  XIX, Henry Hobson Richardson, el primer principio de la arquitectura (trabajo o deber, hay varias versiones) es conseguir el encargo, en lo que insistió, décadas después, el húngaro Marcel Breuer: “Un pintor hace algo y entonces lo vende; un arquitecto lo vende primero y después lo hace” (Sargent, Profile of Marcel Breuer, c.1971). Los negociantes de propiedad raíz se dicen promotores para disimular, las escuelas de arquitectura se quedan si mucho en los usuarios, y los historiadores del arte los llaman mecenas. Pero poco se habla de los clientes pese a que reúnen en una sola persona (y sus familiares y amigos y asesores ad hoc) al promotor y el usuario, y a que el éxito de un arquitecto es convertirlos en mecenas que utilizaran asiduamente sus servicios.

Las Pirámides no existirían sin el faraón Zoser ni el templo de Hatshepsut sin la Reina. Ni el Partenón sin Pericles ni el Panteón sin Adriano. Ni Santa Sofia sin Justiniano ni Sainte Dennis sin el abate Suger ni San Pedro sin varios Papas. La Alhambra sin los reyes Nazaríes ni El Escorial sin Felipe II ni Versalles sin Luis XIV ni Brasilia sin Juscelino Kubitschek. Ni el centro Pompidou sin Pompidou. Y fueron las Capuchinas Sacramentarias del Sagrado Corazón de Jesús las que permitieron que Luis Barragán realizara su estupenda capilla de Tlalpan en Ciudad de México. Como dice Raúl Ferrera, su colaborador, en su libro sobre la misma, la presencia del cliente en el éxito de una obra arquitectónica es fundamental “para que se realice la belleza y la conjunción natural de todos los materiales que la producen”.

Son muchas las conjunciones de cliente y arquitecto que han dejado hitos de la arquitectura.  Eusebi Güell y Antoni Gaudi. El doctor Dalsace y Pierre Chareau. El padre Couturier, el doctor Curutchet y Pierre y Eugenia Savoie con Le Corbusier. Edith Farnsworth y Ludwing Mies van der Rohe (pese al pleito). Harry Gullichsen y Alvar Aalto. Jonas Salk y Louis Kahn. Frank Lloyd Wrigth y Edgar Kaufmann, quien auspició por insinuación de su hijo esa obra maestra que es la Casa de la cascada. O cuando el arquitecto es su propio cliente como en los Taliesin de Wright, la casa en Muuratsalo de Aalto, la de cristal de Philip Johnson, la de Barragán o la de Óscar Niemeyer o la de Rogelio Salmona, que si que supo cultivar sus clientes, o cuando otros arquitectos son los intermediarios como en algunas de sus obras maestras.

Es imprescindible en los clientes un mínimo de cultura y sobre todo sensibilidad a ambientes, espacios y volúmenes. Que sepan comunicar sus deseos y necesidades, sueños, expectativas y posibilidades, buscando del arquitecto una obra memorable. Como se ha dicho, que digan el “qué” e incluso que insinúen (respetuosamente) soluciones pero que dejen al arquitecto el “cómo”. Deben tener paciencia con él, y confianza en su idoneidad y experiencia. Por eso se dice que no se escoge un proyecto sino un arquitecto. Lo que les llevará a respetar sus ideas que les explicará con textos, dibujos y maquetas o animaciones enseñándoles arquitectura . Sin clientes no hay edificios, y aunque buenos arquitectos siempre hay, sin buenos clientes no hay buena arquitectura ni construir es placentero.

Columna publicada en diario el País 05.08.2010

04.03.2010 Un arquitecto

Francisco Zornosa Arana, quien murió el sábado pasado, fue uno de los arquitectos que a inicios de la segunda mitad del Siglo XX diseñaron en Cali buena parte de la que es considerada, junto con la de Bogotá, la mejor arquitectura moderna de Colombia. Con la firma ZOT, que conformó con los arquitectos Federico O'Byrne y Rodrigo Tascón, quien aun no se había graduado, dejó en su breve duración un valioso testimonio de la calidad de su oficio en obras como el edificio López (1957), sin duda una ejemplar solución de apartamentos duplex para el clima de la ciudad y el talante de las gentes de entonces. Es una arquitectura de fachadas muy trabajadas, en las que sus diferentes planos, acentuados en algunos casos con color, dan corporeidad a ventanas y balcones, que parecen flotar en espacios precisos, enmarcados por la presencia horizontal de las losas de entresuelo y las divisiones verticales de los espacios interiores, búsquedas que se prolongaron a los edificios Micolta (1958) y Olano (1960).

A su preocupación por el clima y manejo de volúmenes en las fachadas, agregó posteriormente las posibilidades estéticas de la luz en el hormigón y ladrillo a la vista, trabajado este de manera diferente a lo que se hacia en Bogotá, y diseña entre otros edificios un pequeño hotel, Residencias La 1a. (1962), la Casa Solanilla, en el barrio de Santa Mónica (1962), la Casa Peláez en el de Juanambú (c. 1965), el Terminal de Transportes de Cali (1970), con Pablo Marulanda, el mas interesante del país, y la muy  acertada sede de Comfandi en el barrio de San Nicolás (c. 1972), ya en la firma AIC Ltda. En el nuevo campus de Meléndez de la Universidad del Valle participó, junto a muchos de los más prestigiosos arquitectos colombianos y bajo la dirección  general de los arquitectos Jaime Cruz, primero, y Diego Peñalosa, después, proyectando, con Marulanda y Samuel García, las aulas, auditorios y oficinas del Sector VII, que no se construyeron debido a un cambio en la estructura académica de la universidad. Nunca abandonó el diseño, quedando de las últimas décadas otros buenos edificios suyos, pues esta es una profesión que no solo precisa conocimientos sino una sabiduría que solo se adquiere con los años.


Pacho, quien se gradúo en 1955 en la Universidad Nacional de Colombia, de Bogotá, fue merecedor del "Premio a toda una Vida" de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, seccional del Valle del Cauca, que le fue otorgado en 1996, y en la VII  Bienal Iberoamericana de Arquitectura, a realizarse próximamente en Medellín, el Ministerio de Cultura le iba ha hacer un justo reconocimiento. Durante las últimas décadas fue profesor de taller de proyectos de la Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño de la Universidad de San Buenaventura de Cali, en donde enseñó hasta el final, como suelen hacer los arquitectos de verdad. Queda el testimonio de un documental sobre su obra, concebido y dirigido por Andrés Erazo, arquitecto y profesor de la USB-Cali, en el que participó hace poco con los arquitectos Peñalosa y Tascón en una interesante charla que se prolongó, llena de entusiasmo tapas y vino, hasta altas horas de la noche en la Casa de la queja en San Antonio, y que pronto se podrá ver en un homenaje que le haremos sus colegas.

Columna publicada en diario el País 04.03.2010