07.11.2013 Imágenes

Desde sus inicios como artista Oscar Muñoz estuvo muy interesado en dibujar el espacio habitado característico de las ciudades del sur occidente del país de principios de la segunda mitad del siglo XX. Ya tan transformadas —más por su insensata demolición que por hacerle espacio a las necesarias nuevas construcciones— que lo único que queda de esos tiempos son los dibujos, fotografías, películas, crónicas y novelas que nos permiten recordarlas. De ahí la importancia de los pocos dibujos en su exposición, que paradójicamente se hizo primero en Bogotá , en 2011, y apenas ahora en La Tertulia, que si hubieran sido mas, en lugar de tantas Protografías que ya no impactan como la primera vez, debería ser vista no apenas como una exposición de arte sino de ciudad.
            
Muñoz muestra en sus dibujos a la vez el pasado y el presente de una época crucial de Cali, cuando “la sucursal del cielo” de mediados del siglo XX daba paso a punta de piqueta demoledora a la “capital deportiva de América” de los  VI Juegos Panamericanos de 1971, con los que de nuevo se partió en dos su historia urbana. Ya había sucedido antes cuando en 1910 la pequeña ciudad de entonces fue escogida finalmente como la capital del nuevo Departamento del Valle del Cauca, ya con dos años de existencia, y se levantaron sus nuevos edificios moderno historicistas. Como el Palacio de San Francisco (la nueva gobernación), el Hotel Alférez Real o el Cuartel del Batallón Pichincha, demolidos después sin ninguna necesidad de hacerlo, aparte de la pulsión  “de cambiarle la cara” con la disculpa de su supuesto desarrollo o modernización.
            
Los dibujos de Muñoz, como los de Ever Astudillo, y las fotografías de Fernell Franco, en las que se basan muchos de aquellos, no solo muestran los espacios populares de habitación de nuestras ciudades, con sus características atmósferas que casi huelen y suenan. Por ser en blanco y negro evidencian sobre todo la importancia de las luces, sombras y penumbras en el proceso de transformación de espacios puramente geométricos en ambientes vividos con emociones estéticas. Lo que viene siendo el resultado último de la arquitectura y lo que la diferencia de la simple construcción. De ahí que esta parte de la exposición sea sobre todo del interés de los profesores y estudiantes de arquitectura, para aprender el manejo de la luz en la proyectación de edificios, pues para aprender a hacerlo primero hay que experimentarlo.

            
En la  arquitectura vernácula esta experiencia es un resultado mientras que en la culta todo un propósito que hay que aprender. En la popular, la del interés de Muñoz y Franco, es de cierta manera una combinación de temas propios, supervivientes de anteriores tradiciones, pero sobre todo otros imitados de la arquitectura culta o escuetamente profesional, consciente o inconscientemente, en su mayoría foráneos y sin la debida adaptación a nuestras circunstancias de clima, paisaje y tradiciones. El estudio de esta transculturación, una constante en nuestra práctica arquitectónica y urbana, debería ser de interés en nuestras escuelas de arquitectura pues es en esos espacios híbridos en los que habita hoy la mayoría de los colombianos. Su historia, que solo podemos ver en imágenes, es indispensable para entender un presente que no vemos; que no queremos ver.

Columna publicada en el diario El País de Cali 07.11.2013 

31.10.2013 Jaime Vélez, arquitecto

Poco después de graduarse Jaime Vélez integró con varios de sus compañeros de estudios, un recordado y reconocido grupo de profesores de taller en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de lo Andes de Bogotá, en la década de 1960. No es que le gustara enseñar pues prefería sentarse en las oficinas de la facultad a ver revistas, de arquitectura, claro.
            
Pero cuando la presencia de sus estudiantes mirándolo al otro lado del vidrio lo hacia salir y sentarse en una mesa, solía desenroscar la tapa de su enorme y negro y envidiado estilógrafo Sheaffer de tinta negra (o que debería haber sido negra), y comenzaba a dibujar al revés, para que sus alumnos vieran el dibujo al derecho, un complejo corte por fachada, por ejemplo.
            
Lo hacia desde la parte mas alta de una edificación aparentemente hipotética, bajando como una gota de agua por toda la fachada y diciendo en cada parte lo que sucedía con el agua,  el polvo y el viento. Todos quedaban asombrados y algunos pocos comenzaban a entender que la arquitectura también es eso: el detalle pertinente, cuya belleza surge de su eficiencia, sencillez y economía y no de una supuesta “creatividad”.
            
Por algo decía Auguste Perret  (1874 - 1954), el famoso arquitecto Frances, que “el que no construye, adorna”, y el caso es que todos los profesores de taller de las pocas escuelas de arquitectura que había y necesitaba el país, lo eran precisamente porque practicaban el oficio. Y como dice el profesor  Francisco Ramírez de la Universidad del Valle, quien trabajo para él, las obras del Chato Vélez eran "ejemplares".
            
Sus bellas perspectivas eran famosas y ayudaban a ganar concursos por la precisión y verdad de lo que mostraban. Como dice Ramírez, no eran apenas una ilustración del proyecto, sino un instrumento proyectual que permitía soluciones espaciales inéditas. Pero no eran por supuesto caprichosas sino innovadoras y apropiadas, y su dibujo un medio y no un propósito en si, como les pasa a tantos arquitectos con sus “buenos” dibujos.
            
Jaime Vélez, fue autor o coautor de importantes edificios en Bogotá, Medellín y Cali trabajando con reconocidas oficinas de arquitectura, como Esguerra, Saenz y Samper, y Lago y Saenz. Varios de ellos ganados en concursos, los que eran práctica común para los grandes edificios del país, tanto públicos como privados, desplazada a mala hora para las ciudades por la escogencia a dedo, pese a ser ilegal tratándose de obras públicas.
            
En Cali  codiseñó con Rogelio Salmona, Pedro Mejía y Raúl H. Ortiz, la antigua sede de la FES, premio Nacional de Arquitectura en la XII Bienal Colombiana de Arquitectura, en 1990, hoy Centro Cultural de Cali. También dejó no pocas muy buenas casas, incluyendo la suya, muy bella, en Menga, al norte de la ciudad y cerca de unas canchas de tenis, pues jugarlo le apasionaba tanto como dibujar la arquitectura.

            
A su discreto funeral en los Jardines del Palmar, en Palmira, como no, ciudad ha donde se había retirado, lo acompañaron varios de los arquitectos que habían trabajado con él en Cali, y uno de sus alumnos de los Andes. Porque un buen profesor es el que enseña algo que después de tantos años se recuerda todos los días, y que se lo trata de descubrir a su vez a otros estudiantes con la esperanza de que alguno lo recuerde también.

Columna publicada en el diario El País de Cali 31.10.2013