Columna publicada en el Diario El País de Cali 01.12.2005
01.12.2005 El ejemplo de Porto
En el reciente homenaje al arquitecto Fernando
Távora en la secular y bella Universidad de Coimbra, poco después de su muerte,
Alexandre Alves Costa hablaba con emoción de su capacidad única para distinguir
lo esencial de lo superfluo o circunstancial. Recordar el pasado es un acto
intelectual necesario para construir el futuro, decía Távora, y es evidente en
su trabajo y en las obras maestras de su discípulo y amigo Àlvaro Siza Vieira,
como sus piscinas de Leça da Palmeira, en Matosinhos (1961-66), el Pabellón de
Portugal en la Expo’98, en Lisboa (1995-97) o la Escuela Superior de Educación,
en Setúbal (1986) de la que Sérgio Fernandez dice con acierto y admiración que
evoca lo griego. Al fin y al cabo Siza confiesa que vive entre muchos lugares y
épocas.
Távora comenzó a reconsiderar el Movimiento Moderno a partir de su
pequeño pabellón de tenis en el parque de las quintas de la Conceiçâo y de
Santiago en Matosinhos (1957), como lo hicieron por esa época reconocidos
arquitectos como Oscar Niemeyer en Brasil, Luis Barragán en México o Carlos
Raúl Villanueva en Venezuela, para solo nombrar los que nos deberían ser mas
cercanos. Desde luego que antecedidos por Alvar Aalto quien influyó a algunos
de ellos como es el caso de Siza. O de Fernando Martínez en Bogotá o Eladio
Muñoz en Cali. Y por supuesto Rogelio Salmona quien recién regresado al país,
después de trabajar casi 10 años con Le Corbusier, escribió un muy mencionado
articulo sobre un proyecto de concurso de Martínez para un colegio en Bogota,
que fue toda una declaración de principios que guiaría su abundante y acertada
obra posterior.
Ahora que en Colombia muchos arquitectos jóvenes
están entregados a lo circunstancial o superfluo, buscando ser efectistas, el
ejemplo de la que se ha conocido como Escuela de Porto, en la que además de
Távora y Siza hay reconocidas figuras como Eduardo Souto de Moura, colaborador
de Siza y autor del imponente Estadio de Braga (2000), nos debería ser de
utilidad. No para calcar sus imágenes, como tontamente se hizo hace unos años
por fuera de Bogotá con el ladrillo a la vista de Salmona, sino para asumir sus
actitudes. Aprender a mirar lo esencial de lo ya construido para superar los
paradigmas en lugar de ignorarlos para tratar de legitimar mezquinamente el
trabajo propio. De ahí el homenaje sincero que merecen maestros que como
Távora, Siza o Salmona supieron ver. Pretender diseñar de cero es una
estupidez, como dice Souto de Moura.
Lo natural, permanente e invariable de las
cosas, lo que les es importante y característico, nos concierne en
arquitectura. Por eso el futuro de la nuestra está tambien en saber ver nuestro
pasado híbrido, que se remonta a Roma y Grecia, y en últimas a Egipto, mas que
a lo prehispánico, para poder responder a esas amenazas del presente que en los
últimos años preocupaban a Távora, recuerda Alves Costa, como la destrucción
del paisaje natural y construido. La perdida del presente del pasado compromete
el futuro. “El presente del pasado es la memoria, el presente del presente es
la percepción directa y el presente del futuro es la expectativa” acordemonos
que decía San Agustín. Un tiempo que cristaliza todos los tiempos, escribe
Alves Costa; un profundo retorno a los origenes para la nueva arquitectura como
condición necesaria a su modernidad, dice Fernandez.
Columna publicada en el Diario El País de Cali 01.12.2005
Columna publicada en el Diario El País de Cali 01.12.2005